E ste 2025, SIPAZ – Servicio Internacional para la Paz, celebra tres décadas de trabajo constante por la no violencia, el respeto a los derechos humanos y la construcción de paz en Chiapas. Desde su fundación en 1995, en el contexto del levantamiento zapatista, SIPAZ ha evolucionado para responder a la necesidad de adaptarse a los nuevos retos que presenta el contexto y a sus constantes cambios. La experiencia acumulada en estos treinta años representa no solo una historia de compromiso, acompañamiento y memoria histórica, sino también una lección viva de cómo el acompañamiento internacional puede contribuir a fortalecer procesos locales de paz.
«La experiencia acumulada en estos treinta años representa no solo una historia de compromiso, acompañamiento y memoria histórica, sino también una lección viva de cómo el acompañamiento internacional puede contribuir a fortalecer procesos locales de paz.»

Acompañamiento a la caravana “El Sur resiste”, coordinada por el Congreso Nacional Indígena (CNI), mayo de 2023 © SIPAZ
SIPAZ tiene sus raíces en el año posterior al levantamiento del EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional), ocurrido el primero de enero de 1994, un hecho que abrió los ojos del mundo a la situación de los pueblos indígenas de Chiapas, una realidad marcada por una profunda desigualdad social, económica y política, y por décadas de marginación, despojo y violaciones a sus derechos.
Fue en ese contexto que, en 1995, organizaciones internacionales con experiencia en paz, derechos humanos y no violencia se unieron para responder a la necesidad de una presencia internacional permanente en Chiapas, orientada a prevenir que las tensiones escalaran hacia una violencia aún mayor. Esa coalición dio origen formal a SIPAZ.
Desde sus inicios, SIPAZ se definió como una organización internacional, no violenta y políticamente independiente. Su misión ha sido clara: disuadir y prevenir la violencia sociopolítica, así como promover el respeto a los derechos humanos y la construcción de paz.
A través del acompañamiento, la difusión de información, la realización de talleres y el fortalecimiento de vínculos con organizaciones locales, nacionales e internacionales, SIPAZ ha impulsado la construcción de capacidades para la transformación no violenta de conflictos y la defensa pacífica de los derechos humanos. Este trabajo ha echado raíces profundas que permanecen en las manos de líderes comunitarios, mujeres, jóvenes y personas defensoras.
Durante estos 30 años, SIPAZ ha vivido momentos desafiantes; ha aprendido, se ha adaptado y ha buscado diversas maneras de hacer frente a contextos complicados para el trabajo de la no violencia, la búsqueda de justicia y la construcción de paz.
Inicialmente, varios actores cuestionaron a SIPAZ por su acompañamiento en un contexto marcado por la presencia de un actor armado. Otros cuestionaron su enfoque no violento, al considerarlo un posible cuestionamiento al EZLN. Es importante rescatar que el posicionamiento inicial de SIPAZ fue de plena independencia política, apostando a la apertura de espacios de diálogo que permitieran destrabar la agenda y las causas estructurales del conflicto armado. Asimismo, tras el cese al fuego ocurrido doce días después del levantamiento, el EZLN desplegó estrategias esencialmente no violentas. Estas son las acciones que SIPAZ ha acompañado.
Las organizaciones de acompañamiento internacional suelen centrar su labor en personas defensoras de derechos humanos y líderes sociales que trabajan por la paz. En el caso de SIPAZ, las agresiones y amenazas impactaban a comunidades enteras, por lo que se desarrolló un modelo de presencia de observación diferente, más abarcador y con un enfoque psicosocial.
Desde los diálogos de San Andrés, pasando por la Masacre de Acteal y hasta el estallido de la violencia criminal, SIPAZ ha buscado la grieta que permita seguir acompañando los procesos comunitarios y mantener viva la búsqueda de luz en medio del caos, una luz que ha encontrado siempre en la esperanza de los pueblos y en su fuerza de lucha.
«SIPAZ ha buscado mantener viva la búsqueda de luz en medio del caos, una luz que ha encontrado siempre en la esperanza de los pueblos y en su fuerza de lucha.»
Uno de los aprendizajes más significativos de SIPAZ en sus primeros años fue la necesidad de salir del manual del acompañamiento internacional tradicional, generalmente muy centrado en la protección, para responder mejor a las especificidades del contexto y aprovechar plenamente las oportunidades existentes.
En los años noventa, más allá del espacio de las negociaciones y ante los impactos de la Guerra de Baja Intensidad (GBI), SIPAZ apostó por limitar la violencia directa en los conflictos comunitarios denominados secundarios y por transformar el contexto de violencia cultural que podía sustentarlos, a través del trabajo con actores intermedios (track 2, así como actores de base, en el marco de la estrategia multivía), mediante su eje de educación para la paz y el trabajo interreligioso.

SIPAZ 30 años: Difusión comunitaria en el evento por la libertad de Alberto Patishtán. El Bosque, marzo de 2017 © SIPAZ
Posteriormente, los focos rojos se multiplicaron en otras partes del país (por ejemplo, Atenco y Oaxaca), principalmente en territorios donde se impulsaban apuestas autonómicas similares a la del EZLN, las cuales fueron reprimidas de manera sistemática (presumiblemente para evitar la ampliación del fenómeno a nivel nacional). Ante este escenario, SIPAZ decidió hacerse presente en los estados de Oaxaca y Guerrero, tomando en cuenta las similitudes de estas entidades con Chiapas en cuanto a pobreza y marginación de los sectores más vulnerables de la sociedad.
De manera general, un papel primordial para SIPAZ ha sido el de observador y narrador: recopilar testimonios, documentar violaciones de derechos humanos, monitorear y producir información a través del blog, así como de informes y análisis que, en ocasiones, abren espacios de interlocución con autoridades nacionales e internacionales. En los últimos años, ha sido complicado mantener un canal de comunicación con autoridades locales y estatales, por lo que empezamos a apuntar más a un diálogo con actores internacionales para visibilizar la situación de violencia y violaciones a derechos humanos en Chiapas y para que estos puedan incidir de alguna forma en el cambio de realidades (efecto “boomerang”).
De este modo, trabajamos también para generar memoria histórica, que puede contribuir a la rendición de cuentas y a la movilización de la sociedad civil nacional e internacional a futuro.
En treinta años de trabajo de SIPAZ, hemos aprendido y sostenemos que el acompañamiento internacional puede contribuir a la construcción de paz desde la base, sin imposiciones, respetando siempre la dignidad, las luchas y la visión de las distintas realidades de los pueblos. En este sentido, se han empezado a abarcar temas como la migración o la defensa de la Madre Tierra, que se han consolidado como el centro de varias estrategias de defensa de los pueblos.
SIPAZ ha buscado evolucionar en función de los cambios de contexto que ha venido monitoreando. Las formas de violencia se han diversificado. Además de los conflictos históricos, han surgido nuevas dinámicas relacionadas con el crimen organizado, el despojo territorial, la militarización y la impunidad. Nuestra historia es también un reflejo de los desafíos persistentes que enfrenta México: desigualdad, violencia estructural y común, corrupción e impunidad.
Muy significativamente, a partir de 2006, si bien se hablaba cada vez más de “guerra en México”, tanto fuera como dentro del país, ya no se hacía referencia al conflicto armado no resuelto en Chiapas, sino a los saldos sangrientos de la violencia prevaleciente luego de la declaración de guerra de Felipe Calderón al narcotráfico desde el inicio de su sexenio. Esta estrategia, de la mano de una militarización intensa de todo el país, no solo en términos territoriales, sino extendida a todos los ámbitos de la sociedad. Asimismo, se impuso una lógica de criminalización y arrinconamiento no únicamente del EZLN, sino de la protesta social y de las personas defensoras de derechos humanos en general.
A diferencia de lo esperado, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se distanció de la sociedad civil organizada con declaraciones públicas que la deslegitimaban y desacreditaban, reforzando la de por sí extrema vulnerabilidad de las y los defensores de derechos humanos en el país. También comenzó a preocupar la tendencia desde el poder a desacreditar cualquier voz que expresara inconformidad y la ausencia creciente de contrapesos. Se mantuvo una visión de seguridad centrada en una perspectiva militarizada. La creación de una Guardia Nacional continuó la política pasada de enfrentar la creciente omnipresencia del crimen organizado a través de la militarización, lamentablemente sin una mejoría significativa en las estadísticas vinculadas a la violencia. Además, se implementó una propuesta de desarrollo que priorizaba megaproyectos, muchos de ellos extractivistas. Su planteamiento “Primero los pobres” mantuvo un corte asistencialista, sin cuestionar las estructuras que favorecen el empobrecimiento de la población. Esto fue peor aún en zonas indígenas, donde estas ayudas se dieron vía tarjetas bancarias y de forma individual, lo cual generó un aún mayor divisionismo en ejidos y comunidades rurales. Finalmente, se denunció una tendencia a simular espacios de consulta sobre decisiones ya tomadas, sin respetar los derechos de los pueblos indígenas en la materia.
En lo local, se observó una nueva y fuerte militarización de la Frontera Sur, bajo la presión del presidente norteamericano Donald Trump, en el escenario de las caravanas migrantes. Un mayor cierre de la Frontera Sur (que ciertamente ya venía siendo extremadamente porosa) implicó la búsqueda de nuevas rutas (un corredor central hasta ahora poco usado), tanto para el tráfico de migrantes como para otros productos, generalizando la creciente violencia. Este hecho jugó un papel en la multiplicación e intensificación de hechos violentos que respondían a un “calentamiento de plaza” en algunas zonas que continuaron controladas o silenciadas, así como a una lucha de plaza abierta, principalmente entre el Cártel de Sinaloa y el Cártel Jalisco Nueva Generación, en la franja fronteriza.
A diferencia de la negación o minimización de lo que venía pasando a nivel federal con AMLO y la inacción o posible complicidad del gobierno del estado encabezado por Rutilio Escandón Cadenas, se percibió un cambio después de la toma de posesión del gobierno estatal de Eduardo Ramírez Aguilar en diciembre de 2024.
No obstante, El Obse, en su Segundo Informe, de enero a julio de 2025, documentó que, “pese a los discursos oficiales sobre mejoras en seguridad, la violencia —incluyendo desapariciones, reclutamiento forzado y desplazamientos— persiste en muchas comunidades, manteniendo a las personas defensoras de derechos humanos en riesgo constante. Quienes trabajan en documentación, visibilización y protección enfrentan condiciones adversas que dificultan su labor y aumentan su exposición a agresiones”.
Por su parte, el “Informe Chiapas 2025: La paz pendiente” del Grupo de Trabajo Región Frontera, cuestiona el enfoque de pacificación militarizada adoptado por el Gobierno de Chiapas como respuesta a la violencia de grupos del crimen organizado. En él se señala que, “pese a la retórica oficial de reducción del conflicto, las estrategias de seguridad han profundizado la militarización y la presencia de fuerzas élite como las FRIP [Fuerzas de Reacción Inmediata Pakales], lo que ha tensionado aún más la vida social de las comunidades y aumentado casos de privación arbitraria de la libertad y desplazamientos no reconocidos”. Este panorama complica el trabajo de acompañamiento internacional, pues conlleva riesgos de seguridad para observadores, activistas y personas migrantes que transitan por la región.
En este sentido, la violencia generada por la disputa entre grupos criminales en la frontera con Guatemala no solo impacta a las poblaciones locales, sino que también dificulta el ejercicio seguro del trabajo de organizaciones internacionales y observadores. “La presencia de cuerpos de seguridad militarizados y de grupos armados crea un entorno de inseguridad que limita el acceso, la movilidad y la recolección de información confiable, exponiendo a agentes externos a riesgos físicos y jurídicos”, plantea el mismo informe.
Las marcadas diferencias entre las narrativas oficiales, que promueven una imagen de “paz recuperada”, y las documentadas por parte del Obse y organizaciones que registran los hechos persistentes de violencia, complican la difusión e impacto de lo documentado, a lo que se suma el surgimiento de zonas silenciadas (donde se opta por no denunciar o publicar por miedo a represalias). Esto provoca que la información crítica sea minimizada o deslegitimada por autoridades que priorizan narrativas de orden y control.
Los desafíos del acompañamiento internacional en Chiapas en la actualidad, “en un contexto de violencia persistente, militarización, movilidad humana compleja y tensiones políticas”, requieren nuevas estrategias. Estas deben procurar la seguridad de quienes acompañan, y también la de los acompañados, la defensa de los derechos humanos y la documentación y visibilización de violaciones a los mismos, además de la articulación entre organizaciones y la cooperación con otros organismos internacionales, todo ello mientras fortalecen las capacidades locales de organización y protección ante violaciones sistemáticas. La labor internacional no solo es urgente, sino que resulta esencial para visibilizar realidades que muchas veces quedan fuera de los discursos oficiales y para continuar acompañando a las comunidades más vulnerables en la protección de sus derechos fundamentales.
Mirar hacia adelante en este 30º aniversario es un desafío y también una oportunidad para reafirmar y actualizar nuestra misión, renovar compromisos y construir nuevas rutas para la paz.

Acompañamiento a la colectiva Madres en resistencia en reuniones con el gobierno y la fiscalía del estado, Tuxtla Gutiérrez, septiembre de 2025 © SIPAZ
SIPAZ continuará recogiendo testimonios y realizando reflexiones y análisis. Seguirá alimentando la memoria desde el convencimiento de que este archivo puede ser un recurso pedagógico para las nuevas generaciones, investigadoras e investigadores, personas activistas y para procesos de reconciliación comunitaria.
En un momento en que muchos derechos están bajo presión, SIPAZ mantendrá su papel como actor de incidencia: visibilizando y denunciando violaciones, y colaborando con organizaciones, organismos internacionales y mecanismos de derechos humanos.
Diseñar y consolidar esquemas de acompañamiento con perspectiva de género y de riesgo, en articulación con programas de seguridad legal, psicológica y comunitaria para personas defensoras. Es vital que SIPAZ integre en su estrategia de largo plazo la protección preventiva y estructural.
Seguir contribuyendo a que la paz no sea un concepto lejano, sino una praxis cotidiana. Integrar a más personas, incluyendo jóvenes y mujeres, en proyectos educativos de paz, diálogo y memoria, y apostar por dirigir la información a sectores más amplios de la sociedad, ampliando también los canales de difusión.
En estos 30 años, SIPAZ ha intentado contribuir a la construcción de paz, y a sembrar esperanza. Ha ofrecido presencia en momentos críticos, ha formado y acompañado procesos locales, ha construido redes de incidencia y ha mantenido viva la posibilidad de una paz que no sea solo la ausencia de violencia visible, sino un proyecto compartido de justicia, reconciliación y dignidad. Una paz verdadera.
«Una paz que no sea solo la ausencia de violencia visible, sino un proyecto compartido de justicia, reconciliación y dignidad.»
Este momento de conmemoración nos interpela y nos invita a reflexionar: ¿qué significa para nosotros la paz? ¿Cómo podemos seguir contribuyendo a fortalecer esos espacios que buscan la paz con justicia y dignidad? El camino de construcción de paz es un camino largo, lleno de tensiones y retos, pero también de aprendizajes, encuentros y esperanza.
Mientras nos sea posible, nuestro compromiso seguirá siendo estar allí donde la dignidad se ve amenazada, donde el silencio duele, donde la violencia acecha y donde la esperanza necesita aliados para mantener viva esa luz. Porque la paz no es un destino, sino un camino compartido.
Un camino que se construye paso a paso, hombro con hombro, corazón con corazón.
Y si algo nos han enseñado estas tres décadas, es que incluso en los territorios donde la violencia parece imponerse, siempre hay quienes creen en la posibilidad de un mundo distinto, un mundo para todos, y trabajan por ello. Es ahí donde seguimos y seguiremos encontrando la fuerza y el motivo para continuar, porque creemos que ese es un camino que vale la pena seguir recorriendo.

Acompañamiento a la colectiva Madres en resistencia en reuniones con el gobierno y la fiscalía del estado, Tuxtla Gutiérrez, septiembre de 2025 © SIPAZ
«Nuestro compromiso seguirá siendo estar allí donde la dignidad se ve amenazada, donde el silencio duele, donde la violencia acecha y donde la esperanza necesita aliados para mantener viva esa luz.»
«La paz no es un destino, sino un camino compartido que se construye paso a paso, hombro con hombro, corazón con corazón.»